Si los gobernantes no actúan con rapidez, el cambio climático y la degradación no harán más que empeorar y causarán mayores problemas globales, alertan científicos.
Es hora de diseñar nuevos principios económicos y políticos para responder a la crisis de sostenibilidad, señala la última edición del informe del ambientalista Instituto Worldwatch de Estados Unidos. La comunidad internacional demoró demasiado en reaccionar ante la rapidez de la degradación ambiental y del cambio climático, sostiene el informe de 294 páginas, “Governing for Sustainability” (“Gobernando para la sostenibilidad”).
Esta falta de gobernabilidad generó los desafíos ambientales más alarmantes que enfrentamos en la actualidad, alerta el instituto, desde la escasez de agua hasta el cambio climático.
El informe, con el que el Instituto Worldwatch conmemora su 40 aniversario, subraya los desafíos impuestos por el actual orden económico y político. Por ejemplo, critica el neoliberalismo por socavar los procesos democráticos al dar una gran injerencia política a las corporaciones, que solo buscan maximizar sus beneficios con poca atención a la salud del ambiente y a la sostenibilidad.
“El descontrolado flujo de dinero que va a la política socava la esencia de la democracia”, señaló Michael Renner, uno de los directores del informe, en entrevista con IPS.
“Necesitamos repensar muchos de nuestros supuestos y mecanismos económicos, y apuntar no solo a una mejor y más inteligente distribución de la riqueza, sino también a un mejor reparto del trabajo disponible. Esto no se puede lograr con las formas convencionales del capitalismo”, aseguró.
En parte, el informe promueve las B corps, como se llama en inglés a las corporaciones de beneficio que, si bien tienen fines de lucro, también conciben sus operaciones para beneficiar a sectores sociales y ambientales que suelen verse afectados por la actividad de las empresas privadas. Su objetivo es “hacerlo bien, pero también a hacer el bien”.
“Este movimiento emergente todavía es menor en relación con el conjunto de la economía global, pero sigue creciendo principalmente a instancias de pequeñas y medianas empresas en Estados Unidos”, puntualizó Colleen Cordes, directora de extensión y desarrollo de The Nature Institute, una organización de investigación y promoción, en entrevista con IPS.
Pero Renner, de Worldwatch, ve con cierto escepticismo el que estas corporaciones de beneficio puedan lograr objetivos de sostenibilidad a largo plazo.
“Muchas de las compañías que suscriben esos principios todavía son pequeñas, pero surge la pregunta de qué pasará cuando crezcan y sean más grandes”, explicó. “¿Podrán permanecer fieles al interés público en un sistema que sigue gobernado por los principios del capitalismo?”, se cuestionó Renner. Las formas tradicionales por las cuales las sociedades democráticas tomaban decisiones importantes cambiaron de forma drástica, observó. “Los mercados pueden ser excelentes herramientas para ciertos fines, pero no tienen conciencia social, ética ni ambiental, y tampoco visión de largo plazo”, precisó.
“Es difícil saber qué sería capaz de cambiar esta situación, pero parecería que se necesita una movilización masiva para ofrecer cierto contrapeso a la política manejada por el dinero que rige actualmente”, añadió.
¿Medidas drásticas?
Por supuesto, el afán de lucro no es exclusivo de las corporaciones. Los países en desarrollo suelen expresar su malestar con las normas ambientales que las naciones industrializadas imponen al comercio, por ejemplo, pues les dificultan alcanzar un mayor crecimiento y desarrollo económico, al menos a corto plazo. Renner cree que es posible el desarrollo sin la degradación ambiental que suele acompañar al crecimiento económico que se ha visto en China, por ejemplo.
“Debemos facilitar un proceso que permita a los países en desarrollo saltarse etapas para avanzar hacia alternativas mucho más limpias sin demora”, explicó, y citó el ejemplo de la energía renovable. “Un país pobre como Bangladesh logró instalar sistemas solares domésticos por 2,8 millones de dólares en áreas rurales y generar al mismo tiempo unos 100.000 puestos de trabajo. Eso es mucho mejor que seguir subsidiando el carbón y el queroseno. Esas son las historias exitosas que vale la pena aprender y emular”, observó.
Hay varios ejemplos contrapuestos de países más ricos que lograron poco o casi ningún avance en la crisis de sostenibilidad. De hecho, el informe menciona varios Estados que experimentaron un retroceso. Australia, por ejemplo, se había comprometido a reducir sus emisiones de gases invernadero a cinco por ciento por debajo de los niveles de 2000, pero ahora cambió de rumbo y podría registrar un aumento de 12 por ciento para 2020.
Japón también abandonó su objetivo de llegar a 2020 con un volumen de emisiones 25 por ciento menor al de 1990. Por su parte, Canadá invierte mucho en la explotación de las arenas alquitranadas que emiten grandes cantidades de dióxido de carbono, una cuestión que se ha convertido en un problema político muy delicado para el vecino Estados Unidos.
Sin consenso sobre las medidas a tomar para contener el cambio climático, quizá no sorprenda que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera haya alcanzado un máximo histórico. De hecho, en la última década, las emisiones de este gas contaminante aumentaron de forma sostenida a un ritmo de 2,7 por ciento anual, con lo que se triplicó la tasa de emisiones respecto de la década anterior. Esas estadísticas refuerzan la idea de que solo transformaciones drásticas en la gobernanza política y económica global serán capaces de lograr un cambio de rumbo.
“Es posible que evitemos lo peor del cambio climático, y de otros problemas de sostenibilidad como la erosión y el acceso al agua dulce. Pero deben atenderse ya”, subrayó Tom Prugh, otro de los directores del informe, en entrevista con IPS. “Cuanto más nos demoremos, más irreversible será la huella que dejemos en el ambiente”, insistió.
Ineficacia intencional
Muchos observadores vinculan esta demora a una ineficacia política y económica construida a propósito hace varias décadas. “Mucho antes de que la crisis climática fuera el mayor fracaso de mercado que haya visto el mundo, fue un enorme fracaso político y gubernamental”, dijo a IPS el profesor de estudios ambientales David Orr, de la universidad Oberlin College.
Según Orr, asesor del presidente Barack Obama, las administraciones de Ronald Reagan, en Estados Unidos, y Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, que contaron con firme respaldo de economistas conservadores como Friedrich Hayek y Milton Friedman, socavaron el papel del Estado.
El efecto fue particularmente poderoso en los servicios de bienestar público, como la salud, la educación y el ambiente.
“La capacidad pública de resolver problemas públicos disminuyó de forma abrupta”, precisó. En cambio, “el poder del sector privado, los bancos, las instituciones financieras y las empresas, aumentó”, añadió. Para Cordes, de The Nature Institute, la respuesta provendrá del papel que desempeñen las personas y las familias.
“Debemos concentrarnos en la cuestión urgente de cómo gobernar nuestros países, pero también nuestras familias y a nosotros mismos”, explicó. “Es hora de que pensemos de forma crítica antes de decidir qué compramos, dónde trabajamos y cómo evaluamos nuestra huella”, añadió.
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