Cardenal Bergoglio conocido como el Papa Francisco. Foto: Red |
Balance crítico a un año de la elección del primer papa latinoamericano
La tarde del miércoles 13 de marzo de 2013, en un hecho sin precedentes, los cardenales de la iglesia católica reunidos en conclave eligen al primer papa latinoamericano. El cardenal Bergoglio como el papa Francisco, quien con su aparición en el balcón de la basilica de san Pedro, pone fin a toda una era del catolicismo moderno, la de los últimos 35 años presididos al unísono por Juan Pablo II y Benedicto XVI. El principio del fin fue anunciado por el propio papa Ratzinger cuando un mes antes, el 11 de febrero, renuncia sorpresivamente al papado conmocionando a toda la cristiandad católica y al mundo entero. Fuera de todo vaticinio, aparece ahora un papa argentino, quien tras un breve saludo pide la bendición de la muchedumbre y se retira a descansar.
Acto seguido la opinión pública se desborda en información sobre el nuevo papa, que a primeras luces aparece como un personaje de claroscuros: no sólo resulta ser el primer papa latinoamericano sino, contra toda posibilidad, también el primer papa jesuita. De origen argentino, no tardan en oírse desde esa región del mundo las primeras voces de júbilo, pero también de preocupación e indignación al asociársele inmediatamente con los tiempos terribles de la dictadura de Videla, en la que aún quedan dudas sobre sus acciones u omisiones: figuras importantes como Adolfo Pérez Esquivel afirman que el nuevo papa nada tuvo que ver, mientras testimonios de las víctimas sobrevivientes apuntan con firmeza en sentido contrario. Simultáneamente otras dudas surgen, pero sobre el destino de la iglesia católica en manos de un papa argentino: dada la crisis sistémica de la institución eclesial, algunos auguran continuidad y son los menos esperados, los teólogos de la liberación, quienes se atreven a expresar las primeras esperanzas de cambio con Bergoglio en la sede pontificia.
Desde entonces una especie de efervescencia papal ha mantenido la figura de Francisco en los titulares de la opinión pública a nivel mundial y a un año de distancia podemos decir con certeza que ha revolucionado la imagen del papado a partir de gestos sencillos, lenguaje directo y un estilo austero de conducción eclesiástica. La duda cabe en torno a si detrás de las formas (exponenciadas por los medios de comunicación como verdaderas maravillas del siglo) existe un proyecto sólido y factible de renovación de una institución profunda y francamente debilitada, no sólo en su imagen exterior, sino sobre todo en sus lógicas internas y sus mecanismos de reproducción del statu quo que la ha llevado a una crisis de credibilidad y sostenibilidad sin precedentes, no sólo manifestada en la fuga masiva de fieles (que cambian su pertenencia religiosa o simplemente se alejan de facto de las prácticas eclesiales), sino principalmente en el deterioro moral a causa de la inevitable (y férreamente evitada) exposición pública de un considerable número de abusos sexuales a menores ocurridos al amparo y cobertura de la institución, así como la revelación creciente de la relajación moral del alto clero (en lo sexual, económico y político), alarmante en la cúpula eclesiástica de El Vaticano, pero extensiva a casi todo el orbe católico.En tal situación, un balance crítico y objetivo del papado de Francisco a un año de su elección, sin quitarle su justo valor a los gestos y formas antes mencionadas (que son agua fresca para muchos y muchas), debe analizar el comportamiento institucional del papa sobre estos puntos sensibles de la iglesia católica y sopesar la posibilidad real de cambios profundos y duraderos, toda vez que existe el peligro de que sean sus propuestas voces que claman en el desierto, es decir sin eco en la praxis eclesial mayoritariamente conservadora gracias a la herencia de los papas anteriores.
Podríamos aventurar entonces algunas primeras valoraciones de fondo en torno a lo que es a todas luces la empresa más significativa del papa Bergoglio: la reforma de la curia vaticana, mediante la creación de una comisión internacional de 8 cardenales para dicha tarea y la conformación de una comisión para los asuntos económicos del Estado Vaticano, en la que igual participan cardenales “especialistas” de diversas partes del mundo, así como laicos expertos en esos temas. De entrada es difícil esperar en tan sólo un año cambios significativos a una estructura que se ha configurado como tal a través de centurias de cristianismo. Sin dudar de la buena voluntad del papa y de los miembros de las citadas comisiones, un primer obstáculo se presenta en el perfil y probidad moral de algunos de ellos, como pueden ser el mismo presidente de la comisión para la reforma de la curia, el cardenal Oscar Rodríguez Madariaga, señalado por su cercanía al régimen derechista hondureño y por su apoyo al golpe de estado contra Manuel Zelaya en ese país; también la designación para la misma comición del cardenal chileno Errázuriz, muy cercano al papa pero en América Latina reconocido detractor de la Teología de la Liberación; y finalmente, el más notable quiebre, la designación del cardenal Norberto Rivera, primado de México, como miembro de la comisión económica de El Vaticano, vista por algunos como una lamentable rehabilitación, dado que enfrenta acusaciones serias ante una corte federal de Los Ángeles, por encubrimiento del sacerdote mexicano Nicolás Aguilar, acusado de abuso sexual a más de 100 niños en EUA.
En segundo término, una verdadera reforma no sólo implica un profundo saneamiento de la curia romana, sino que necesita ir más allá de lo administrativo interno haca un cambio en las relaciones de El Vaticano con los episcopados nacionales, donde prime la colegialidad y no el autoritarismo, y las decisiones fluyan desde las iglesias locales hacia la cúpula y no al revés como realmente sucede. Mayor representatividad mundial en el colegio cardenalicio y toma de decisiones colegiada serían reformas verdaderamente históricas en más de mil años de cristianismo; por no hablar de una mayor representatividad y equidad de género en la cúpula eclesiástica católica, lo cual es a todas luces imposible con el actual y futuros papas.
Un tercer reto estaría en la posibilidad de que Francisco, con el poco tiempo y personal con que realmente cuenta (su edad y salud prefiguran un papado breve), pueda sentar bases sólidas para este proyecto que con atrevimiento ha inaugurado, con seguridad no verá concluido y con alta probabilidad podría ser desmantelado por el próximo papa o los mismos sectores ultraconservadores de la curia, que aún tienen mucha fuerza y poder. Es difícil esperar que la actitud de uno haga la diferencia, aunque sea el papa. Esto ya se vivió con el Concilio Vaticano II, promovido por el papa bueno Juan XXIII, que quiso darle un fuerte impulso renovador a la Iglesia, trajo una primavera para la Iglesia pero que al morir, murió con él su legado, pues los sucesivos papas frenarán ese impulso renovador y harán retroceder nuevamente a la iglesia a la cristiandad y actual crisis global que ha heredado el papa Bergoglio.En lo pastoral y disciplinar, podemos de igual manera encontrar aciertos e impasses. Un acierto ha sido la apertura hacia la grey católica mediante la aplicación mundial de una encuesta católica sobre la familia que, hasta donde los resultados preliminares muestran, pone al descubierto la enorme brecha existente entre los puntos de vista de la feligresía y las disposiciones del magisterio católico en materia de moral, sexualidad y pastoral. Pero hasta el momento, sólo discursos y ningún cambio ha habido desde El Vaticano al respecto. Discursos esperanzadores de algunos cardenales y del mismo papa; discursos desesperados de otros sectores, como el del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombrado por Benedicto XVI y aún no depuesto por Francisco), que se oponen a cambios profundos en éste y cualquier ámbito de la vida de la iglesia. Pero hasta ahora, sólo discursos. Un momento decisivo será el Sínodo de los Obispos a realizarse en octubre próximo, del que se esperan decisiones trascendentes a respuesta al clamor de la feligresía en temas de moral sexual y familiar. Sobre ningún otro aspecto de la vida eclesial Francisco ha dado señales reales de cambio.
Antes bien, sobre temas neurálgicos, el más de todos concerniente a los abusos sexuales a menores por sacerdotes y obispos católicos, tras un largo silencio papal en un contexto internacional demandante de esclarecimiento de los hechos, vino la inesperada y lamentable respuesta de Francisco a todas luces fuera de lugar afirmando que nadie ha hecho más contra la pederastia que la Iglesia católica, cuando a todas luces ha sido justamente lo contrario. La caja de pandora de la Iglesia ha sido abierta gracias a la incesable lucha de las víctimas de abusos sexuales por parte del clero. Las pruebas irrefutables de tales delitos y del encubrimiento sistemático de los curas pederastas por parte de la institución católica han llegado a tribunales estatales, federales e internacionales. Y se intuye que sólo estamos ante la punta deliceberg. La actitud evasiva de El Vaticano y el silencio de Francisco se leían hasta la semana pasada como un estar atado de manos, amordazado porque lo que está en juego es el pontificado de Benedicto XVI, quien todavía vive, convive e influye con él en el Vaticano. Francisco pudo (aún puede) hacer la diferencia respecto de sus predecesores, quienes sólo han encubierto uno tras otro tras otro comportamiento abusivo en la Iglesia; sin embargo, sus declaraciones lo han colocado como parte del mismo comportamiento delictivo del clero y está ante el riesgo de que la historia lo juzgue también como cómplice, pues echa por tierra toda credibilidad de un discurso a favor de los pobres, toda vez que desoye y decepciona a las víctimas de abuso sexual en la Iglesia.
Si ponemos en la balanza todo lo dicho hasta ahora, sopesando lo más objetivamente el primer año del papa argentino, no podemos negar que representa sobre todo la sencillez y la sensibilidad. Por primera vez no es un papa europeo, aunque su mentalidad, como la de todos los cardenales sí sea europea; pero su experiencia vital, sí es latinoamericana, conoce la realidad que vive la mayoría de los católicos del mundo (que se encuentran en América Latina), que es de pobreza, marginación, injusticia... pero también de alegría. Y ha elegido llamarse Franciso, como el pobre de Asís. No teme denunciar las raíces capitalistas de la desigualdad mundial, ni romper los protocolos para sentarse a comer y convivir con líderes de otras religiones. Abre las puertas a la revalorización de la Teología de la Liberación. Emprende la reforma de la curia. Quisiéramos creer que eso significa algo y que sinceramente quiere que la iglesia siga el camino de los pobres. Sin embargo se muestra inflexible en otros temas, como el sacerdocio femenino.
Es exagerado decir que el papa está creando una nueva era en la iglesia católica; esa iglesia ya ha sido creada en América Latina, en África, en Asia, donde camina verdaderamente al lado de los pobres y es una iglesia pobre; lo que el Bergoglio hace con sus gestos y sus palabras es seguir el ejemplo de esa iglesia, que seguramente conoció en Argentina, como jesuita. Hoy vemos nuevos signos de primavera eclesial, no sólo en el papa, sino en muchos hombres y mujeres católicas, como lo revelan los resultados de encuesta papal sobre la familia; si se quiere que sean cambios duraderos, se necesita que Francisco, además de sus gestos, actitudes, nuevas disposiciones eclesiásticas, inicie un proceso de reconciliación profunda al interior de la iglesia (por ejemplo, rehabilitando a la larga lista de teólogos suspendidos por Ratzinger y terminando con la misoginia y el patriarcado), y sobre todo de reconciliación con el mundo, volviendo a ser Iglesia de los pobres y transparentándose ante la comunidad internacional en materia de economía y respeto a los derechos humanos.
Estamos sin lugar a dudas ante un nuevo kairos eclesial, entendido como una oportunidad inmejorable para la Iglesia de una reforma real. La sociedad ha hablado. La grey católica también. Ahora es el turno del papa.
Tomado de Observatorio Eclesial
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