Los molinos de viento son terribles, son inmisericordes y despiadados porque son el mejor disfraz de los gigantes y los monstruos.
Pero lo efectivo de su mascarada no se debe a su inteligencia. Somos nosotros que no podemos verlos, que no tenemos la capacidad para entender lo peligroso que son, es nuestra falta de compromiso, nuestra indiferencia que nos hace percibirlos como inofensivos molinos de viento.
La gran tragedia es “que no nos alarmemos de tener a los monstruos a nuestro lado”, que a pesar de las evidencias de su malicia, hayamos preferido hacerlos pasar como inofensivos. Solo eso explica nuestra parálisis.
Si el Quijote era la exageración del idealismo, nuestra sociedad es de la indiferencia. El caballero de la triste figura vio gigantes donde había molinos y nosotros vemos molinos donde están los demonios.
La monstruosidad del maltrato a los migrantes centroamericanos que pasan por México, nos la tuvo que echar en cara un cura de pueblo que plantó cara al crimen organizado revelando los secuestros y los asesinatos. El Padre Solalinde está en la mira de los zetas y en cualquier momento lo pueden asesinar.
La principal característica de Quijotes como Solalinde es que están solos, han empuñado la lanza sabiendo que de ellos y solo de ellos depende, mientras que a su alrededor la versión moderna de Sancho, les dice “son solo molinos y no gigantes, son solo migrantes, no vale la pena arriesgarse…”.
Cuando en Ciudad Juárez, Chihuahua, las jovencitas trabajadoras de maquiladoras empezaron a desaparecer, los vecinos no se organizaron, no hicieron brigadas, ni siquiera alertaron. Todo mundo sabía lo que sucedía pero prefirieron esconderse en sus casas jurando, tal vez, que no pasaba nada.
Nos aqueja una indiferencia crónica y profunda provocada por un virus que ha anulado nuestra capacidad de rebeldía convirtiéndonos en zombies, por eso nuestros jóvenes caminan con la cabeza gacha ya que el síndrome les ha arrebatado la capacidad de mirar al cielo. Y nunca se ha sabido que un muerto viviente le gane a un molino de viento.
No se necesitan grandes cosas para derrotar a los gigantes, a veces basta una torta de frijoles, como lo hacen a diario las Patronas, un grupo de 15 señoras en el municipio de Amatlán de los Reyes, en Veracruz, que esperan a la orilla de las vías del tren para dar comida a los migrantes que viajan en el ferrocarril al que llaman la Bestia.
¡Es extraño! Este tren, en su recorrido al norte, pasa por cientos de poblaciones y sólo 15 mujeres vieron al monstruo del hambre y de la desesperación viajando en él.
¡Es extraño! En México pasan tantas cosas que no deberían de pasar y no somos capaces de verlas, mucho menos de oponernos a ellas.
Ya podrán cabalgar los jinetes del Apocalipsis y cuando pasen al lado de nuestros jóvenes estos dirán: “que extraños molinos de viento que se mueven y apestan” y seguirán muy contentos en el Face.
Por Pepe Resortera
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Monterrey, N.L. Marzo 21, 2014
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