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Uno no puede quedar indiferente ante personajes que en los dos últimos años han estado en la terna final del premio Nobel de la Paz. Nos referimos a Raúl Vera, quien es el rostro de una Iglesia comprometida con la justicia social y con los derechos humanos. Una persona que goza de un amplio reconocimiento y respeto social entre los más diversos sectores del país. Paradójicamente, su prestigio secular es inversamente proporcional de aquel que al interior del episcopado le otorgan. Esto lo he podido comprobar a lo largo de las presentaciones que hemos venido haciendo del libro que hicimos: El evangelio social del obispo Raúl Vera, conversaciones con Bernardo Barranco, de editorial Grijalbo, que acaba de ser distribuido en las principales librerías del país. Pude constar el respeto con el que Raúl Vera es tratado por muy diferentes periodistas y líderes de opinión como Carmen Aristegui, Leo Zuckermann, Ricardo Rocha, Javier Aranda. Vitoreado por programas radiofónicos irreverentes como El Weso y Charros contra Gánsters. Y mención aparte merece Martha Debayle, quien al final de la entrevista ya estaba destapando a Vera como próximo candidato a la Presidencia, contraviniendo claramente el artículo 130 constitucional. Por otra parte, las palabras fuertes de Vera reflejan la indignación de la época; su actitud como religioso es un espejo del sentir y la voluntad de un gran número de mexicanos que ven en el fraile dominico una actitud valiente, cívica y espiritual. La capacidad de convocatoria de Raúl Vera es indiscutible: no sólo el auditorio Bernardo Quintana de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, este pasado sábado 22 de febrero, estaba abarrotado, sino que un grupo numeroso de personas, lamentablemente, tuvo que quedar fuera de la presentación del libro, ante la cerrazón y descortesía de las autoridades que organizan la feria.
Me he venido preguntado, ¿por qué estos personajes religiosos despiertan notable empatía? La respuesta que me doy está en el propio papa Francisco. Guardando proporciones, ambas figuras representan renovación, frescura y compromiso social por los más pobres. Como Nancy Gibbs, de la revista Time, fundamentó al nombrar al Papa el hombre del año: En menos de un año, Francisco ha hecho algo notable: no cambió las palabras, pero cambió el tono y temperamento que pesan en una Iglesia construida sobre la sustancia de los símbolos. Monseñor Vera es heredero y depositario de legendaria generación latinoamericana de obispos, curas, clero religioso y monjas que siguieron el impulso renovador del Concilio Vaticano II. Es discípulo de un progresismo católico que tuvo alcances significativos en movimientos sociales en América Latina. Por ello, su desempeño contrasta con la limitada presencia y pequeñez de la mayor parte de los actuales prelados mexicanos. Este libro muestra que Raúl Vera no es un accidente que nace en Chiapas ni es fruto de repentina conversión. En Vera no se opera un milagro de conversión; más bien se muestra un largo proceso de maduración en el que inciden no sólo las circunstancias personales sino la mística de la orden de los predicadores, los dominicos, como se les conoce comúnmente. La herencia de Bartolomé de las Casas, fray Antonio de Montesinos y fray Francisco de Vitoria, entre tantos otros. También las semillas de lucha de este activista religioso son palpables aun antes de haber optado por el sacerdocio. Vera es hijo directo de una doble revolución que se opera simbólicamente en los años sesenta: la rebeldía universitaria del 68, movimiento del que Vera participa activamente, y el aggiornamentoeclesial que se consagra en el concilio y que posteriormente cobra forma en la teología latinoamericana de la liberación. Pero don Raúl va más allá, no se contenta con la crítica y el planteamiento de la transformación de las estructuras injustas. Se solidariza con las causas concretas y reivindica la dignidad de las mujeres, los indígenas, los mineros, los migrantes, los homosexuales, entre otros.
Aunque no se considera un obispo rebelde, es innegable que ha recibido censuras por sus decisiones y posicionamientos por el respeto a la diversidad sexual. Desde Roma, la curia le ha requerido diversas explicaciones; especialmente se muestra nerviosa por su pastoral de homosexuales o por su tolerancia con curas heterodoxos. La derecha católica ha venido hostigado su labor desde los tiempos de Chiapas, denostando su trayectoria. Raúl Vera cuenta en el libro sus batallas universitarias contra el MURO, tío abuelo del Yunque y de la actual derecha católica mexicana. El conservadurismo intransigente le pinta mantas en su contra, lo calumnia en Roma, lo acecha y hasta amenaza. Vera puede ser generoso incluso con aquellos actores religiosos que lo embisten. Sin embargo, para mi sorpresa, es bastante ortodoxo en lo doctrinal, tiene respuestas más audaces a las realidades seculares que a las religiosas. Pese a ello, fue muy contundente durante nuestras conversaciones, denunciado el clericalismo como un cáncer en la Iglesia. El obispo de Saltillo cuestiona una Iglesia que se siente por encima de la sociedad, aun antes de haber escuchado la crítica a la Iglesia autorreferencial que hizo Francisco. La fórmula de monseñor Vera es sencilla: es una persona honesta y congruente. Vive el evangelio con todas sus exigencias y sabe transmitir con fervor su fe. En su sencilla casa no tiene piscinas ni gimnasios, no aparece en las revistas de sociales; aunque dialoga con todos, no es afecto a asistir a los banquetes junto a los acaudalados, no juega golf ni usa Mercedes como vehículo, tampoco tiene órdenes de aprehensión por millonarios fraudes. Es simplemente un pastor coherente con el evangelio que predica.
Una anotación final. Las conversaciones con Raúl Vera contenidas en el libro se dan en un momento de transición entre dos papas. Al inicio de nuestro diálogo, la voz de Vera era acallada y relegada por la mayor parte de los obispos mexicanos, pues desentonaba y, por tanto, era confinado. Ahora, con el papa Francisco, con todas sus propuestas de renovación, don Raúl está reposicionado y se convierte en referente obligado de un episcopado apático e indolente a seguir el sendero de cambios que propone el actual pontífice.
Por Bernardo Barranco V.
Tomado de La Jornada
Febrero 26, 2014
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