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miércoles, 16 de octubre de 2013

Papa Francisco debería hacer un llamado más enérgico para la protección legal de personas LGBT



Papa Francisco saluda a sus fieles en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Foto: Reuters

No soy católico. Tampoco soy creyente.

Y, sin embargo, como sudafricano, soy consciente de los roles positivos y negativos que puede jugar la Iglesia católica. Por ejemplo, se pronunció abiertamente en contra del apartheid, y su teología de la liberación (controvertida dentro de la Iglesia) inspiró a toda una generación. En mi experiencia personal, una escuela católica de Johannesburgo fue la que desafió las cuotas raciales del apartheid y la que dio la bienvenida a las familias homosexuales, incluida la mía.

Sin embargo, durante el auge de la crisis del sida, el cardenal Napier desestimó los esfuerzos del gobierno por distribuir preservativos, calificándolos de ineficaces. Como arzobispo de Durban, pronunciaba sus mensajes desde el epicentro de la epidemia. Recientemente Napier dijo: “No puedo ser acusado de homofobia porque no conozco a ningún homosexual”.

En Sudáfrica, así como en otros lugares, la iglesia ha defendido a los oprimidos y ha sido un motor de cambio social. Sin embargo, también ha sido una fuente de estancamiento y prejuicios. A veces –como en el caso de predicar en contra de los preservativos en medio de la crisis del sida— se convierten en faltas de una magnitud imperdonable.

Es muy probable que el papa Francisco y yo estemos en desacuerdo en muchos temas, pero a diferencia del cardenal Napier, el papa sí conoce a homosexuales y estoy dispuesto a escuchar lo que tiene que decir.

De hecho, es difícil no prestar atención, porque el papa Francisco está causando un gran revuelo.

Es el primer jesuita en convertirse en papa y su mensaje se enfoca en los problemas que generan la pobreza y la injusticia, distanciándose de una obsesión inquebrantable por la moral sexual.

Él habla de una Iglesia para los pobres y no se frena a la hora de criticar la opulencia y ostentación dentro de la institución: “No se puede hablar de la pobreza”, dijo, “si uno no experimenta la pobreza”.

El Papa ejerce una influencia considerable y ocupa una posición única como regente un estado soberano en calidad de observador en las Naciones Unidas y como líder de un órgano de gobierno de una de las principales religiones del mundo. Sin embargo, sus gustos son sencillos, incluso austeros, y en esto se diferencia de sus predecesores. Una simple silla de madera ha sustituido el trono papal, y se mueve por el pequeño estado conduciendo un automóvil modesto.

Es poco ortodoxo en sus formas, rompiendo con las formalidades tradicionales para responder al teléfono, o incluso posando para una autorretrato o selfie, como se les conoce, que circula por Facebook.

¿De qué manera afecta este enfoque refrescante al papado a las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgénero (LGBT por sus siglas en inglés)? En cierto modo, el papa simplemente está articulando, de manera clara y sin ambigüedades, lo que la Iglesia Católica ha defendido por mucho tiempo. La Santa Sede ha sostenido públicamente que se opone a la discriminación injusta contra las personas homosexuales, incluyendo la criminalización de las relaciones sexuales consentidas. La Iglesia también está en contra de la violencia y la pena de muerte. Defiende la dignidad y el valor inherente de todos los seres humanos.

Entonces, ¿qué es lo que hace diferente al papa Francisco? Por un lado, sus opiniones son bastante ortodoxas pero, por el otro, su enfoque sugiere un cambio sutil con algunas implicaciones radicales.

Se trata de un cambio de énfasis: no está cuestionando el fundamento moral de la Iglesia en relación a la homosexualidad, sino que está cuestionando su importancia central. Está diciendo que aunque la Iglesia no apruebe la homosexualidad y la considere como algo pecaminoso, esto no anula la obligación fundamental de la sociedad de brinda un trato humano y respeto a la dignidad de cada ser humano.


“La Iglesia”, dijo, “a veces se ha encerrado a sí misma en las cosas pequeñas, en las reglas de mente cerrada”. Ha dicho que “el aborto, el matrimonio entre homosexuales y el uso de métodos anticonceptivos” no son temas de los que haya que hablar todo el tiempo. Hay preocupaciones más importantes en el mundo, como la pobreza y la injusticia, que la obsesión por la ética sexual.

También está diciendo que la Iglesia debería contar con un ministerio más abierto e inclusivo. Ha sido bastante franco con respecto a la homosexualidad. Recientemente, cuando un periodista le preguntó acerca de su punto de vista sobre el tema, se planteó una pregunta retórica: “Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?”

Por desgracia, muchos representantes y comunidades de la Iglesia Católica no han adoptado este enfoque inclusivo. En países de todo el mundo, líderes de la Iglesia han sido cómplices en la persecución de las personas LGBT, mediante el apoyo (o la no condenando) a legislaciones discriminatorias y refiriéndose de manera inhumana cuando expresan comentarios sobre las personas LGBT.

Esto es especialmente perjudicial en los países donde la Iglesia tiene una fuerte influencia y donde las actitudes sociales son hostiles. En esos contextos, el lenguaje hostil contribuye a un clima de violencia contra las personas LGBT. Obispos de Nigeria, Uganda, la República Dominicana y Camerún han apoyado recientemente una draconiana legislación o han hecho declaraciones despectivas que contradicen las enseñanzas de la Iglesia. Sin embargo, la Santa Sede ha permanecido en silencio.

El papa ha señalado que los líderes religiosos tienen el derecho a defender posiciones morales específicas, sin embargo, esto no significa que puedan obligar a otros a adoptar esas posiciones. Durante los debates sobre el matrimonio homosexual en Argentina, el papa defendió la posición moral de la Iglesia, al tiempo que propuso una alternativa para reconocer las uniones civiles.

El papa Francisco ya ha establecido un tono que ayudará a moderar el discurso público de la Iglesia sobre la sexualidad. Pero podría hacer más. El papa Francisco debería condenar públicamente la violencia contra las personas LGBT. Debería hacer un llamado por la despenalización de las relaciones sexuales consentidas y apoyar la derogación de otras sanciones penales injustas. Por último, debería hacer un llamado para que se brinde una protección legal más amplia a las personas que son parte de la comunidad LGBT.

Por Graeme Reid
HuffingtonPost/Octubre 16 de 2013

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