Desde aquí, aplaudo la participación de la colega Marcela Turati, en la conferencia anual Investigative Reporters and Editors, en San Antonio, Texas. Sensible, valiente y emotiva, sin duda. No obstante, considero oportuno abrir la reflexión a todas las percepciones y experiencias que hemos vivido los periodistas mexicanos, especialmente quienes no hablamos desde el lugar privilegiado que da el medio tradicional ni de los que sugerimos que el crimen organizado es una fuerza enemiga del gobierno de nuestro país.
Es tiempo de contar la verdad, pero de la verdad con juicio y desde cada una de las trincheras. Cada uno de nosotros, los periodistas, tenemos denuncias puntuales, evidencias, argumentos, opiniones, testimonios, sobre lo que es México hoy y al hacerlo público desvelamos el manto mediático que oculta una tiranía efectiva por la narcoviolencia, fraudes electorales y corrupción política.
Como dice Turati, la guerra nos sorprendió a los periodistas. Sí, pero no ahora, ni en 2006 con Felipe Calderón. La guerra se decidió en 1991, con Bush padre y Salinas de Gortari, dos años después del fraude electoral de éste último, y la oposición y los periodistas de los medios tradicionales guardaron silencio.
Los periodistas debemos recuperar la memoria y, con ésta, nuestra energía creativa y ética para exhibir la verdad. Ése es el sentido de nuestro trabajo que abre una puerta a la conciencia de la sociedad mexicana, necesaria para que ejerza su capacidad de juicio. Sin ésta capacidad, seguiremos siendo una sociedad derrotada como ya hace unos veinte años nos lo advertía el sociólogo Sergio Zermeño.
El silencio de los periodistas respecto a la participación de las autoridades en el crimen organizado, los fraudes electorales y la depredación del erario sólo muestra un gremio corrompido por el miedo o la indolencia. Pero debemos preguntarnos ¿es legítimo tener miedo? ¿Por qué elegimos una profesión que no podemos cumplir cabalmente? ¿Por culpa del crimen organizado? Qué conveniente resulta el terror en estos tiempos, sobre todo con cada fraude electoral que reacomoda a los cárteles de la droga. Turati, y los miles de periodistas, no ignoramos que los gobernantes son parte del ‘problema mexicano’, y que Enrique Peña Nieto y sus antecesores no están fuera del crimen.
Entre los gobernantes mexicanos, no hay buenos ni malos. Desde allí se impulsa el narcotráfico y las agresiones a periodistas ordenadas por funcionarios públicos, que con una mano cobran del erario producido por millones de trabajadores contribuyentes, y con la otra cobran las prebendas del narcotráfico. Los periodistas lo sabemos. Turati lo sabe. Si callamos por miedo, entonces, ¿por qué contribuir a una injusticia mayor y legitimar una mentira? Nuestro lenguaje, como profesionales de la palabra, no es inocente frente al hundimiento de México.
Se corre peligro cuando la verdad la manifestamos como acción individual. Somos acallados, reprimidos, asesinados, si no huimos a tiempo del país. Pero la verdad adquiere no sólo importancia, sino poder y fuerza cuando la contamos todos, o al menos un buen número de periodistas comprometidos con el interés público. Si por cada periodista que han asesinado, fuéramos mil contando la verdad por la que fue acallado, otra realidad sería la de México.
No somos pocos los periodistas que tuvimos que salir de nuestro país para salvar la vida y la familia, para trabajar con dignidad o para evitar estar en la mira de un narcopolítico local o nacional. El número de refugios y asilos políticos son historias contadas como la de los migrantes y mujeres golpeadas, con el desprecio que reza: “ellos se lo buscaron” o “por algo tuvieron que huir”.
Marcela Turati dice:
“Yo junto con otras colegas fundamos una organizaciones llamada Periodistas de a Pie, que se dedicaría a dar capacitación a periodistas que cubrimos la pobreza. Sin embargo, tuvimos que cambiar los temas para atender la emergencia. Los talleres eran sobre cómo sobrevivir en una cobertura, cómo entender al narcotráfico, cómo entrevistar a un niño sobreviviente de una masacre, cómo encriptar información que nos ponga en riesgo o cómo limpiarnos el alma para poder seguir cubriendo sin perder la alegría de vivir.”
¿Cómo entender el narcotráfico sin tocar al gobierno, al PRI, a Peña Nieto y sus secuaces? ¿Cómo puede entenderse el narcotráfico a lo largo del eje continental sin la venia de los gobiernos de los países productores y consumidores? ¿Cómo hablar de las redes del narcotráfico sin la coordinación de los gobernadores de los estados? Es tiempo de decir la verdad. La historia del narcotráfico tejida día a día con las muertes de inocentes no es una fábula, ni un destino fatal que se tenga que aceptar como algo imposible de cambiar. Hay que romper el mito de la guerra contra el narcotráfico. Es tiempo.
No somos pocos los periodistas que ya perdimos la “alegría de vivir” al ser expulsados de nuestro país. No somos pocos los periodistas que hemos asaltado la tecnología para contar la realidad que los medios tradicionales callan maliciosamente. No son pocos los periodistas ni los medios que aceptaron la imposición del PRI y a Peña Nieto como un títere de Carlos Salinas de Gortari y la mafia de los narcogobernadores. ¿Cómo podemos seguir con la alegría de vivir en un país secuestrado por la corrupción y la muerte? ¿Cómo podemos ignorar que nuestro silencio tiene consecuencias públicas?
Turati dice que la violencia nos encontró “impreparados”. Yo pregunto: ¿hay que estar preparados para cubrir la violencia o para contar la verdad? No somos soldados. Somos periodistas. Nos formamos en la ética de las palabras armadas con la verdad. No somos fabricantes de mentiras ni de verdades a medias. ¿Cómo evitamos no voltear a otro lado cuando nuestro medio recibe publicidad de quien asesina a nuestra colega? ¿Cómo evitamos no escamotear la información de una tragedia cuando llega a la redacción un cheque en blanco? Hay un muro que levantaron los periodistas con la ética hace veinte años, y hoy se vive las consecuencias públicas de ello. No son implicaciones privadas. No son problemas individuales. Nuestro silencio y corrupción es un problema público, porque la verdad que podría liberar la conciencia colectiva manipula y genera costos para todos como sociedad.
Detrás de un narcotraficante que mata a un periodista, hay un político. No podemos ignorarlo ni seguir callándolo. Es tiempo de decir la verdad. Cada elección local está marcada por una mafia de narcopolíticos. Los nombres con apellidos lo sabemos, y los periodistas en México siguen cubriendo las elecciones como si nada pasara desde 1988. Los nombres están ahí, retumbando en la conciencia de cada ciudadano: Jorge Hank Rhon, Fernando Castro Trenti, Fidel Herrera, Juan Sabines, Eruviel Ávila, Ernesto Ruffo Appel, Enrique Peña Nieto, Elba Esther Gordillo, Humberto Moreira, Vicente Fox, Carlos Salinas, Romero Deschamps… larga la lista de la impunidad.
Turati habla como si el crimen organizado fuera independiente de los gobiernos mexicanos, pues. Pero ya es tiempo de decir la verdad. Ella recuerda el hallazgo de la fosa en Tamaulipas con casi 200 cadáveres. Pero Proceso sigue callado ante los más de 233 restos óseos de mujeres guardadas en la morgue de Ciudad Juárez, o de los huesos fragmentados con reportes de ADN apócrifos que entregan las mismas autoridades a las madres para quitárselas de encima. Los medios tradicionales siguen solapando los feminicidios, contando cuerpos de niñas, como si se tratara de animalitos desde hace veinte años, y publicando la versión de las mismas autoridades que las matan.
También hay que ser autocríticos, y decir que los periodistas de los medios tradicionales plagian muchas investigaciones de los periodistas alternativos. Que el riesgo no siempre lo corren ellos, a quienes sus medios “protegen” con el aura del nombre de poder. También hay que decir que los periodistas tradicionales tergiversan los hechos y que no siempre son víctimas de esta guerra de la que habla Turati. Los hay privilegiados y no pocos. Al igual que no son pocos, incluyendo el medio para el que trabaja ella, que siguen los boletines oficiales como parte central de las “investigaciones”. Que las salas de prensa de todas las instituciones del Estado mexicano tienen nóminas adicionales para los periodistas y que los precios que se pagan del erario varían de un medio a otro. No es lo mismo una “cortesía” para reporteros de Proceso que para un reportero de agencia local. Ésta es la verdadera guerra para la que no estamos preparados, porque no hemos querido estarlo.
Es tiempo de decir la verdad. Los medios tradicionales han legitimado esta narcotiranía que tiene a México hundido. Y los periodistas de estos medios han sido la parte silenciosa de este hundimiento. Cuando se cuenta una verdad, es porque ya fue palomeada desde el poder. Dejemos de tomar el pelo a la sociedad.
Los periodistas mexicanos no sólo nos convertimos en corresponsales de guerra en nuestra propia tierra, como dice Turati. También somos cómplices de una gran mentira.
Por Guadalupe Lizárraga
(Para leer la conferencia completa de Marcela Turati: http://bit.ly/14GlHWe )
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