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miércoles, 8 de mayo de 2013

La cultura no sólo es competencia del ámbito privado, el Estado tiene gran responsabilidad también



Foto: Red


La cultura es como la medicina o la educación, no puede abandonarse al mecenazgo privado, a los bancos y grandes empresas, aseguró este miércoles el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, que defiende la participación del Estado en la Cultura “no para dirigirla, sino para propiciar la libertad”.
Ramírez, autor y ex vicepresidente de Nicaragua durante el primer Gobierno sandinista (1979-1990), sostuvo que “en una crisis, la primera víctima es siempre la Cultura porque para la política la Cultura no es esencial, se puede sobrevivir sin ella”.

Un “mal endémico” en América Latina donde cada vez que hay una crisis, “se suprime la Cultura como actividad patrocinada por el Estado”, una política que se ha extendido por la crisis económica y que es errónea para este escritor, que presentó hoy en Madrid su libro de cuentos Flores oscuras, editado por Alfaguara.

Una recopilación de doce cuentos recientes, escritos entre 2007 y 2012 y la mayoría de ellos ambientados en Nicaragua, en los que dibuja a partir de historias cotidianas las sombras del poder, la corrupción, la muerte y la violencia pero en las que también se hace eco del amor, la soledad, la nostalgia y la familia.

“El gran alimento del cuento son las historias contemporáneas de la vida, lo que se lee en los periódicos, la crónica roja (los sucesos sobre criminalidad), los que protagonizan pequeños seres porque los grandes salen muy poco en esas historias”, explicó Ramírez, que insiste en que estas personas “son gente anónima que sale del anonimato sólo por una tragedia”.

Tragedias para las que utiliza a veces la forma de crónica periodística ya que los hechos puros son suficientes para retratar la tragedia, como ocurre con “Abbot y Costello”, nombre con el que bautiza a dos perros rottweiler que en 2005 mataron a mordiscos en Costa Rica a un inmigrante nicaragüense.

La misma técnica usa en “Las alas de la gloria” al relatar la muerte a manos de un menor de José Trinidad Calero, un guerrillero del Frente de Liberación Nacional que fue rozado una vez por esas alas que a veces, dijo el autor, tocan por casualidad “los hombros de los anónimos y de los humildes”, para caer otra vez en el abismo del olvido.

Un anonimato del que se libra en “La puerta falsa” un boxeador de poca monta a costa de la desgracia.
Mientras que en “Adán y Eva”, el primer cuento del libro, relata una historia de la corrupción causada por el narcotráfico en la que un juez “tocado por la codicia” dialoga con su conciencia.

“El narcotráfico es una mano negra que se extiende y yo quería contar la historia de un juez tocado por la codicia, una historia muy común, pero desde otro ángulo. Para ello, da visibilidad a la conciencia y la convierte en una atractiva mujer cincuentona que dialoga con el magistrado en un bar.

La corrupción es muy fácil en su país porque, dijo Ramírez, “un juez tiene un sueldo de 500 ó 600 dólares (de 382 a 458 euros) y un sobre del narcotráfico puede tener 10 mil dólares (7 mil 600 euros). Como nadie acepta cometer un hecho ilícito, la verdad se adorna y se camufla, hay que convencer a la propia conciencia”.

Para el escritor, la solución pasa por una legalización de la droga ya que el problema surge porque “el tráfico ilícito que crea mafias y alienta el crimen”.

La certeza de la muerte inspira otro de los cuentos, titulado “El autobús amarillo”.
Sobre este señaló: “creemos que estamos blindados frente a la desgracia y nos coge de pronto por sorpresa: una mujer sentada en el río viendo como su marido que se está bañando desaparece, primero parece un juego y luego la idea de la tragedia comienza a incubarse”, explica Ramírez, que dibuja así “el proceso que lleva a lo trágico, como va acercándose el dolor de la muerte”.

De esta forma, el escritor quiere retratar “cómo vivimos la rutina hasta que nos toca lo extraordinario, ese pinchazo en la membrana de la realidad”.

“También es una reflexión sobre la soledad del dolor porque lo más terrible es ver cómo la vida sigue y, especialmente, ver la impasibilidad de la naturaleza; nos creemos los reyes de la creación y, sin embargo, para la naturaleza no existimos”, explicó.

Pero para Ramírez el cuento más cercano es “No me vayan a haber dejado solo”, donde él entra en una fotografía de su familia y recuerda cómo se realizó dibujando la nostalgia “de un mundo que ya no existe”.

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