La desigualdad social parece ser un rasgo genotípico de la sociedad mexicana. Hacia donde miremos encontramos sus manifestaciones. No sólo toleramos la desigualdad, sino que la celebramos. Creamos salas VIP en nuestros cines, ostentamos la exclusividad de los restaurantes y las tiendas en las que consumimos e increpamos llamando “igualados” a quienes, estando por debajo de nosotros en cualquier jerarquía, se atreven a interpelarnos sin manifestar la esperada deferencia.
La desigualdad es un modo de vida. No hace falta fomentarla abiertamente, tiene sus propios mecanismos de reproducción. Como una plaga que todo lo invade, se apodera de nuestros espacios de convivencia y de nuestras instituciones. Incluso en el ámbito educativo, que en el más noble de sus propósitos debería servir para nivelar el terreno de las disparidades sociales y ofrecer a todos una oportunidad justa en la sociedad, la desigualdad se instala convirtiendo nuestras escuelas en un espacio de reproducción de las brechas sociales.
Cuando pensamos en la desigualdad educativa lo primero que nos viene a la mente son las brechas entre las instituciones públicas y privadas. Otros pensarán en las enormes disparidades que existen entre las escuelas públicas de las ciudades y las de las localidades rurales más remotas del país, que muchas veces carecen de la mínima infraestructura necesaria para cumplir dignamente su tarea. No obstante, existen formas más sutiles de desigualdad que están a la vista de todos y suelen pasar desapercibidas. Una de ellas es la desigualdad entre escuelas públicas matutinas y vespertinas.
La próxima vez que usted salga a la calle y pase por una primaria o secundaria pública obsérvela bien. Los salones de clase son los mismos a las 8 A.M. y a las 2 P.M. Los talleres y laboratorios (bien o mal equipados) tampoco cambian. Son los mismos patios, los mismos pasillos, el mismo barrio, la misma ciudad. Y a pesar de eso, existe un mundo de diferencia entre quienes asisten por la mañana y “los de la tarde”.
Las escuelas de doble turno surgieron hace aproximadamente medio siglo en México como una estrategia para atender la creciente demanda educativa. Eran tiempos de redoblar el paso e incrementar la matrícula, no sólo por el rezago educativo en la educación básica, sino porque las condiciones demográficas de alta fecundidad implicaban una creciente demanda de servicios educativos. Al instaurar el doble turno, se duplicaba la capacidad de atención con la misma infraestructura, permitiendo así, al menos en teoría, incrementar su eficiencia y aumentar la matrícula con menos inversión en planteles.
Existe evidencia, sin embargo, que la instrumentación del doble turno ha traído como efecto no deseado la estratificación de la oferta educativa en el sector público. Esto puede deberse a varias razones, algunas posiblemente relacionadas con la organización interna de nuestro sistema educativo y otras asociadas a la configuración socioeconómica de la población que asiste a las escuelas vespertinas. El hecho es que, por el bajo desempeño de sus profesores, que suelen doblar turno y por tanto llegan cansados y sin tiempo para preparar las clases, la ineficiencia administrativa, o las desventajas socioeconómicas del alumnado, el turno vespertino termina siendo una opción educativa de segunda categoría.
Esto lo saben muchos padres de familia, especialmente los que tienen más recursos y capacidad de gestión, quienes usan esos recursos para que sus hijos sean inscritos al turno matutino. En tanto, por acción o por omisión, los niños de familias con menores recursos son relegados al turno vespertino. Esto refuerza la segmentación socioeconómica por turnos. En una encuesta de trayectorias educativas a jóvenes en la Ciudad de México levantada por El Colegio de México y el INEE en 2010, encontramos que, comparados con los jóvenes provenientes del 25% de familias con más recursos socioeconómicos, aquellos pertenecientes al 25% con menos recursos tenían 2.9 veces más probabilidades de asistir a primarias vespertinas. Una vez en una primaria vespertina, es más probable que los estudiantes se mantengan en este turno en la secundaria: un egresado de una primaria vespertina tiene probabilidades 80% mayores de asistir a una secundaria vespertina que otro proveniente de una primaria matutina.
Esta segmentación socioeconómica, en sí preocupante, se agrava por el bajo desempeño de las escuelas de turno vespertino, que en lugar de nivelar el terreno parecen exacerbar las diferencias. Así, las escuelas vespertinas presentan niveles de desempeño académico más bajo, mayores tasas de reprobación y extra-edad, y mayor deserción. En el caso de la Ciudad de México, las desventajas acumuladas implican que, al finalizar la secundaria, quienes asistieron a escuelas públicas vespertinas tengan el doble de probabilidades de no continuar la educación media superior que quienes fueron a secundarias públicas matutinas. Este efecto mantiene su magnitud incluso una vez que neutralizamos en un modelo estadístico las condiciones socioeconómicas de la familia, por lo que parece deberse más a una deficiencia institucional que al hecho de que los niños de escuelas vespertinas sean más pobres.
¿Cómo entender que en nuestras escuelas públicas encontremos estas desigualdades? Parte de la explicación radica en la ausencia de políticas proactivas dirigidas a erradicar los mecanismos que generan tales desigualdades. Estas políticas podrían incluir, entre otras medidas, garantizar la asignación de docentes con similares capacidades y cargas laborales en ambos turnos; establecer mecanismos estandarizados y supervisados externamente para garantizar que la matricula de los niños en el turno matutino y vespertino sea paritaria por nivel socioeconómico (en algunos países esto se garantiza mediante sorteos), y diseñar programas especiales de atención para los niños que, ante situaciones de vulnerabilidad familiar, se vean obligados a asistir al turno vespertino.
También está la opción de eliminar el turno vespertino y transitar hacia jornadas escolares de tiempo completo. Esta propuesta en inicio parece atractiva: ayudaría a eliminar una fuente institucional de desigualdad, daría a las escuelas más tiempo para mejorar el aprendizaje (suponiendo, claro está, que mejora la calidad de la enseñanza), y representaría para millones de madres algunas horas libres más al día. Esta propuesta adquirió relevancia durante la pasada campaña electoral, pues fue refrendada, con matices, por los cuatro candidatos presidenciales.
Evidentemente, del dicho al hecho hay el trecho de una campaña presidencial, así que veremos cuándo y en qué condiciones el próximo Presidente cumple con este compromiso, que evidentemente afectará los intereses de los maestros y sus representaciones sindicales.
Por Patricio Solís
educacionadebate.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario