Con sublime delicadeza, con derroche de exquisito buen gusto, con una discreción que mucho se parece a la complicidad, los periódicos del día de ayer –todos los que leí o vi colgados en los kioscos– tuvieron el cuidado de no mostrarnos los rostros cubiertos de sangre de los estudiantes normalistas de Michoacán, a quienes soldados de la Policía Federal y gorilas del gobierno que encabeza el priísta Fausto Vallejo molieron a palos en las últimas horas de la noche del domingo pasado, cuando en los relojes ya era lunes.
Encubiertos por las sombras del cielo y de la prensa, Vallejo y sus malvivientes se ensañaron contra los normalistas, que por su aislada parte tampoco recibieron el apoyo de #YoSoy132, del Movimiento Regeneración Nacional ni de los partidos que se dicen de izquierda. Como un hermoso lunar junto a la boca de una diva cinematográfica, brilló la protesta solidaria de los estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México que salieron a bloquear un rato el tráfico en el centro del DF.
Los antitaurinos, que no desperdician ocasión para abrumarnos con imágenes de reses presuntamente bravas bañadas en sangre, tampoco difundieron las de estos jóvenes con la cabeza rota y las muñecas atadas con tiras de plástico, donadas por el ejército de Estados Unidos en el marco de la Iniciativa Mérida, que hoy representan lo más chic en cuanto al manejo de prisioneros (véase, por ejemplo, a aquellos que Bush amarró en Bagdad con la misma tecnología).
Quizá porque Enrique Peña Nieto, mirrey de la Nueva España, acaparó los reflectores con sus alucinantes declaraciones en la villa y corte de Madrid, en donde lo acogieron nuestro monarca don Juan Carlos de Bourbon-On-The-Rocks, y nuestro primer ministro don Mariano Rajoy, felices de la vida al escucharlo decir en público lo que ya les había ofrecido en privado –hostia, que rescatará, él solito, con la fuerza de su mega copete, la economía ibérica–, nadie se acordó, ni por error, de la represión que sufrieron los normalistas.
Nadie, por lo demás, parece haberse puesto a considerar que estos jóvenes, que a duras penas estudian para ser maestros rurales, han sido condenados al exterminio laboral tanto por la cacique decrépita y analfabeta del sindicato nacional de profesores de enseñanza básica y por los representantes de la olinarquía, quienes obedeciendo órdenes del FMI y otras agencias del gobierno del mundo, están en proceso de suprimir materias como la lógica, la ética y la filosofía del programa de estudios de la preparatoria para que, en consecuencia, desaparezcan de la universidad.
Para ser distintos y mejores que esos maestros corruptos –que, junto con los curas de derecha y las telenovelas deseducan a millones de nuevos mexicanos a fin de engordarlos como consumidores de comida chatarra, capacitarlos como mano de obra barata, multiplicarlos como piezas de repuesto del crimen organizado y matarlos crónicamente de hambre para que venden su voto en cada elección y al hacerlo legitimen y renueven el sistema que los esclaviza–, los normalistas luchan por un modelo educativo distinto.
Y para desgracia de los medios que se lavaron las manos ante los “eventuales actos de vandalismo que hubieren cometido” esos jóvenes, antes de recibir la brutal caricia de las fuerzas del caos llamado gobierno, ayer mismo, un fotógrafo michoacano que estuvo en la Escuela Normal de Cherán a la hora de los cocolazos, denunció que fueron los policías quienes destrozaron y prendieron fuego a los vehículos que los muchachos mantenían retenidos. Y quien así lo divulgó sabe de qué habla, pues uno de los automóviles quemados era el suyo.
Por el bien del país, por la salud de las luchas estudiantiles que no cesan desde el pasado mes de mayo, por la coherencia de la izquierda que se dice auténtica y verdadera, el respaldo a los estudiantes normalistas y al sistema educativo que defienden debe formar parte del catálogo de demandas que responden a la necesidad de impulsar una profunda transformación del país.
Por Jaime Avilés
@Desfiladero132
fuentesfidedignas. com
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