Primero. En las últimas semanas he dedicado mis colaboraciones a esta simbiosis entre enfermedad y poder. No me voy a repetir a mí mismo (se pueden consultar mis textos Enfermedad y poder y Sobre el “oasis” michoacano en las ediciones 1866 y 1868 de Proceso), pero con Alonso Lujambio se puede advertir cómo la ausencia de socialización del conocimiento, la colusión y la doble moral se han convertido en una cortina de humo que nos dificulta ver un poco más allá de la nota informativa “cuidada” por razones de una ética anclada en la simulación.
Las declaraciones de Lujambio son dignas de un análisis que no debiera ser pasado por alto. Ha afirmado: “La verdad es que es una enfermedad difícil, pero aquí estoy con mis hijos y con mi esposa; estuvimos ocho meses en Estados Unidos y probamos todo lo habido y por haber” (Reforma, 29/08/2012). Hay varias interrogantes que aún no tienen respuesta: ¿Por qué el gobierno federal dispuso del erario el pago de los mejores médicos en Estados Unidos con el fin de que el exsecretario de Educación pudiera probar “lo habido y por haber” para tratar su enfermedad? ¿Por qué en su traslado se utilizó una aeronave de la Fuerza Aérea Mexicana? ¿Cuál es el fundamento legal utilizado por el gobierno de Calderón para distinguir entre un seguro de gastos médicos mayores –que generalmente sólo acepta urgencias en el extranjero– y la cobertura especial, si ese fuera el caso, con Lujambio? ¿Cómo justificar que Lujambio debe tener la mejor atención del mundo, y las personas de a pie el “seguro popular” de Calderón? Hasta ahora no hay respuesta alguna. Sólo un silencio cómplice.
Segundo. Alonso Lujambio no dejó lugar a dudas sobre su situación médica. Distintos medios coinciden en señalar que “en silla de ruedas y con un parche en el ojo derecho, detalló que el cáncer le afectó el sistema nervioso central, lo que provocó que empezara a ver doble, motivo por el cual tuvo que recurrir a este aditamento para evitarlo”. (http://ww2.noticiasmvs.com/noticias/ nacionales/se-registra-alonso-lujambio-como-senador-221.html).
Pareciera loable la sinceridad de Lujambio al hablar de su estado de salud, pero en realidad demuestra no saber que su propia circunstancia le debiera impedir ejercer un cargo de representación popular. ¿Qué médico en su sano juicio podría sugerir que el ejercicio de un cargo público es un aliado para combatir el cáncer? La sociedad tiene derecho a tener “gobernantes sanos” (The New York Times dixit). Ahora no podrá ser el caso. Lujambio no podrá rendir al cien por ciento en su nuevo encargo, pero cobrará como si lo hiciera. ¿Cómo justificar legal y moralmente esa situación? Peor todavía, el sentido común indica que precisamente por tener afectaciones “al sistema nervioso central”, Lujambio no podría estar en una comisión porque podría poner en riesgo al país. ¿Se imagina alguien a Lujambio como presidente de la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional, de la de Seguridad Pública, de la de Gobernación o de cualquier otra? ¿Cómo hará al menos para asistir puntualmente a las sesiones del Senado? En otras palabras, se tendrá que hacer una discriminación positiva y tratarlo desigualmente por su enfermedad, pero sin tocar un solo peso de sus percepciones, lo que no tiene racionalidad alguna. Es entendible que si durante el encargo se le detecta una enfermedad invoque la incapacidad médica temporal. Nadie tiene el futuro asegurado. Pero este no es el caso. De manera pública se sabe que llega en un estado delicado de salud.
Tercero. Lo que pasa aquí es un ejemplo de lo que no debe existir. En México no se ha desarrollado, como en las democracias, una cultura de la dignidad y del honor públicos. Por desgracia, todo debe estar en la ley para tener al menos cierta seguridad psicológica de que, eventualmente, la norma puede cumplirse. En ese tenor, estos casos deben regularse, al menos incluyendo los siguientes rubros en la Constitución y las leyes electorales, federal y locales: a) Deben introducirse exámenes médicos generales como requisito en la ley electoral, haciendo pública sólo aquella porción de información que pueda afectar el interés público, de modo que se preserve el legítimo derecho a la vida privada del gobernante; y b) Deben hacerse exámenes médicos y psicológicos anuales para evaluar si el ejercicio del poder no ha impactado en la salud de quienes ejercen cargos públicos de elección y de mandos superiores.
Alonso Lujambio, por su bien y el de todos nosotros, debe irse a su casa para seguir su tratamiento médico, y con sus propios recursos. Es un absurdo, en cambio, que anteponga su interés político personal sobre el interés general sabiendo que sus capacidades están afectadas, como él mismo lo ha reconocido. Su propia ambición de poder ha hecho que renuncie voluntariamente a su derecho a la propia imagen y se muestre con todo desparpajo con secuelas de su grave mal que será casi imposible revertir. De la misma forma, pone de relieve la irresponsabilidad del PAN y el desprecio de éste por sus electores al incorporar como representante popular a una persona que, sabía, sufre una enfermedad terminal. El hecho de que nadie diga nada es ya un síntoma de que, como sociedad, tenemos todo por mejorar.
Revista Proceso
Por Ernesto Villanueva
Septiembre 6 de 2012
evillanueva99@yahoo.com
Twitter: @evillanuevamx
www.ernestovillanueva.blogspot.com
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