Cuando a José Revueltas lo expulsaron del Partido Comunista Mexicano --¿en 1943, en 1960, en otra época?-- escribió un breve poema: No tengo casa. Así me siento desde que me fui de La Jornada.
Pero también me siento como el inadaptado que interpretó Woody Allen en la cinta Deconstruyendo a Harry: un hombre que viaja hacia su alma mater, a recibir un homenaje, y llega con un muerto y una prostituta a bordo de su automóvil.
Aunque también –y ésta es quizá la comparación que mejor ilustra mi estado de ánimo-- me siento como el Zinédine Zidane que le asestó un cabezazo a un contrario y fue echado de la final de la Copa del Mundo Alemania 2006.
Cada una de estas referencias tiene, como decía El Gallego, su correlato. Desde hace 35 años formo parte del grupo de periodistas que en 1977 fundó unomásuno (diario del que salí en 1982) y que en 1984, luego de romper con Manuel Becerra Acosta, creó La Jornada (diario al que me integré en 1995). Por eso declaro, sin melodramatismo, que ando como homeless fuera de ese ámbito.
En el personaje de Woody Allen me veo plenamente reflejado porque a la mitad del mes de mayo de este año, mientras recorría el país presentando con éxito mi libro AMLO: Vida privada de un hombre público, fui víctima de un acto de censura que me pareció intolerable (véase el Desfiladerito de ayer). En consecuencia protesté, vía Twitter, con un digamos pésimo “manejo de la ira”, grave error que más tarde me causó tanta vergüenza como si viajara con una prostituta y un muerto, igual que Harry.
Aparte de la fortaleza física, la habilidad para las chilenas y el mal carácter, comparto con Zidane la persecución de una voz interior que cuando me topa me repite, esté donde esté: “el que se enoja pierda”. Empleo en este párrafo la retórica del juego inventado por los ingleses, para que mejor me entiendan los lectores de Cosas de fútbol.
Un periodista tiene en todo momento el deber de defender su libertad de expresión porque sólo así protegerá la libertad de expresión de los demás y el derecho a la información de todos. El día en que fue censurado el Desfiladero número 491, no sólo respondí en mi nombre sino también a nombre de los lectores de mi disgustada columna. No entraré en detalles porque, como me dijo Iván Ilich durante la única entrevista que le hice, “me interesa el concepto, no la anécdota”.
Y el concepto es el siguiente. Un periódico debe ser un mapa que nos permita saber dónde estamos, a dónde vamos y de dónde venimos. Debe ser también un telescopio que nos ayude a ver más allá de las apariencias que nos rodean. Y debe necesariamente ser un espejo que nos muestre cómo somos, por delante y por detrás, para que así podamos comprender y corregir lo que no funciona.
A lo largo de la campaña electoral de 2012, a nuestro diario le faltó carácter para mostrarnos a Enrique Peña Nieto y delincuentes que lo acompañan como lo que son: el brazo político del crimen organizado. Antes del primero de julio, no emprendió un seguimiento puntual de las maniobras que se tradujeron en una mega operación de lavado de dinero para que el PRI llevara a cabo la compra de al menos cinco millones de votos. Y después de los comicios, tampoco se distinguió por su voluntad de investigar el origen de las tarjetas prepagadas de Soriana y todo lo demás que han documentado AMLO y su equipo de colaboradores ante el IFE y el Tribunal Electoral.
La cobertura del proceso electoral de 2012 no figurará en la enorme lista de logros y aciertos acumulados por La Jornada desde su fundación en 1984, como el periódico de los movimientos sociales, el defensor de la soberanía nacional y Pemex, el que dio voz a las comunidades indígenas rebeldes, el que se marchó al paso de la Resistencia Civil Pacífica en contra de Felipe Calderón, el espacio que albergó a los principales disidentes de Estados Unidos cuando en 2003 fueron censurados en los medios de su país debido a la presión de Bush y la Casa Blanca.
Un periodista tiene en todo momento el deber de defender su libertad de expresión porque sólo así protegerá la libertad de expresión de los demás y el derecho a la información de todos. El día en que fue censurado el Desfiladero número 491, no sólo respondí en mi nombre sino también a nombre de los lectores de mi disgustada columna. No entraré en detalles porque, como me dijo Iván Ilich durante la única entrevista que le hice, “me interesa el concepto, no la anécdota”.
Y el concepto es el siguiente. Un periódico debe ser un mapa que nos permita saber dónde estamos, a dónde vamos y de dónde venimos. Debe ser también un telescopio que nos ayude a ver más allá de las apariencias que nos rodean. Y debe necesariamente ser un espejo que nos muestre cómo somos, por delante y por detrás, para que así podamos comprender y corregir lo que no funciona.
A lo largo de la campaña electoral de 2012, a nuestro diario le faltó carácter para mostrarnos a Enrique Peña Nieto y delincuentes que lo acompañan como lo que son: el brazo político del crimen organizado. Antes del primero de julio, no emprendió un seguimiento puntual de las maniobras que se tradujeron en una mega operación de lavado de dinero para que el PRI llevara a cabo la compra de al menos cinco millones de votos. Y después de los comicios, tampoco se distinguió por su voluntad de investigar el origen de las tarjetas prepagadas de Soriana y todo lo demás que han documentado AMLO y su equipo de colaboradores ante el IFE y el Tribunal Electoral.
La cobertura del proceso electoral de 2012 no figurará en la enorme lista de logros y aciertos acumulados por La Jornada desde su fundación en 1984, como el periódico de los movimientos sociales, el defensor de la soberanía nacional y Pemex, el que dio voz a las comunidades indígenas rebeldes, el que se marchó al paso de la Resistencia Civil Pacífica en contra de Felipe Calderón, el espacio que albergó a los principales disidentes de Estados Unidos cuando en 2003 fueron censurados en los medios de su país debido a la presión de Bush y la Casa Blanca.
Sin duda, la grandeza de La Jornada, su espíritu internacionalista, su solidaridad con la lucha del pueblo vasco por superar las consecuencias del terror de ETA, su apoyo a la causa de Palestina, su oposición al sionismo de Tel-Aviv, su amistad con el pueblo judío, su rechazo a la restauración del virreinato español por medio de las empresas oligopólicas gachupinas, en suma, la historia admirable de nuestro diario hará que palidezcan los errores que todos cometimos en la primavera-verano de 2012 y que en lo personal, como a Zidane, me costó la tarjeta roja durante la gran final del torneo.
Pero pues ya ni modo. Lo hecho hecho está y lo más importante es lo que viene. Es por eso que hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, y mañana, para cerrar este capítulo, publicaré aquí una Carta a los lectores de La Jornada.
Jaime Avilés
Pero pues ya ni modo. Lo hecho hecho está y lo más importante es lo que viene. Es por eso que hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, y mañana, para cerrar este capítulo, publicaré aquí una Carta a los lectores de La Jornada.
Jaime Avilés
fuentesfidedignas.com.mx
Agosto 14 de 2012
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