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En un excelente artículo de Jaime Avilés, Desfiladero, de hoy sábado 31 de marzo de 2012, cuestiona diversas opciones que les han dado a los jóvenes:
Se destaca lo siguiente:
¿No votar el 1º de julio porque todos los políticos son corruptos”. No, pero basta con echar un vistazo a algunos de la lista de aspirantes al Senado para estar de acuerdo con Albarrán: para escapar de la cárcel, allí tratarán de refugiarse sujetos protervos, como los cómplices del saqueo de Mexicana de Aviación y la destrucción de Luz y Fuerza del Centro, ex gobernadores dueños de fortunas “inexplicables”, o los hombres del primer círculo de grupos políticos. ¿Cómo podríamos votar por ellos?
Ahora bien, ¿no votar para qué? Quienes abogan por el “anulismo” –horrible palabra que evoca la salida del tracto gastrointestinal–, ¿qué proponen? ¿Deslegitimar al régimen? Pero si éste perdió toda legitimidad mediante el fraude de 2006. ¿Contribuir a que todo empeore para que todo mejore? ¿Cómo? ¿Por la vía insurreccional? ¿Bajo qué liderazgo? Por sincera que sea, la pretensión de anular el voto para “castigar al poder con el látigo de nuestro desprecio” (Rodríguez Araujo dixit), es un suicidio. ¿No votar para garantizarle impunidad a Calderón, García Luna, Cecilia Romero, Molinar Horcasitas? No, gracias.
Hay, por desgracia y por cientos de miles, personas a quienes la desmesura del dolor que padecen opera en ellas como anestesia y las priva de toda esperanza. Hay también muchísimas más que, por fortuna estadística, no han sido tocadas por la tragedia y son indiferentes a ésta, mientras apuestan a que su buena suerte perdurará gobierne quien gobierne. Entre estos extremos, que sin duda se tocan, hay 20 millones de jóvenes de 18 años que podrán votar por primera vez pero todavía no saben si cruzarán la boleta a favor de alguien, o no acudirán a las urnas, o anularán su voto para mostrar su rechazo al sistema. También a este grupo pertenecen los que se sienten muertos en vida y con sobradas razones abrazan la causa del escepticismo.
Votar o no votar el 1º de julio es un falso dilema. Hay que hacer las dos cosas. Votar por el único proyecto que ofrece abiertamente poner fin a 30 años de dictadura neoliberal, reactivar la economía, reconstruir el tejido social, devolver a soldados y marinos a sus cuarteles, rescatar el campo, crear 7 millones de empleos, bajar los precios de la electricidad y los combustibles, dejar de exportar petróleo y de importar gasolina, enfrentar al crimen organizado con educación, salud, trabajo, deporte y actividades recreativas.
Habitantes de una ciudad de izquierda por excelencia, los capitalinos, según todos los pronósticos, votarán masivamente por López Obrador y Miguel Ángel Mancera (en este caso por horror a Beatriz Paredes y a la señora Wallace), pero o bien se abstendrán en la elección de delegados, de diputados locales, federales y senadores, o cruzarán su boleta por candidatos de otros partidos, de acuerdo con sus simpatías e intuiciones.
Votar a favor del PRIAN significará regalar Pemex a Washington. Votar a favor de Morena, todo lo contrario. Ante este dilema, ¿los anulistas insistirán en que no votemos? Tenemos por delante mil y una tareas para emprender la reconstrucción del país, pero una de las más urgentes consiste en frenar la desaparición forzada de jóvenes, un sector de la población que según los cálculos más conservadores suma por lo menos 16 mil víctimas en este sexenio. ¿Quién puede atreverse a llamar a los jóvenes a no votar para que este gravísimo peligro siga pendiendo sobre ellos?
Los jóvenes tienen que salir a votar el 1º de julio en defensa propia, y votar en contra de los que se han adueñado de México.
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