Cada civilización establece una relación material e inmaterial con la naturaleza. Hoy, la crisis de la civilización moderna es, antes que todo, una crisis de sus formas de apropiarse los recursos, procesos y servicios del mundo natural. Son los modos agroindustriales de producir causa primera y fundamental de la destrucción ecológica en todos los rincones del planeta y de su principal efecto: el cambio climático.
Hoy, por
fortuna, una corriente innovadora y crítica de la ciencia ha desarrollado
modelos alternativos a aquellos que dominan en la agricultura, la ganadería, lo
forestal y la pesca modernos. Se trata de la agroecología, una disciplina
integradora realizada por investigadores con conciencia social y ecológica.
Debido a lo anterior, hoy el dilema civilizatorio en el terrenal campo de la
producción es entre el modelo agroindustrial y el modelo agroecológico. El
primero genera alimentos y materias primas bajo esquemas de destrucción
ecológica, reducción de la diversidad natural, contaminación química y genética
(transgénicos), altos costos energéticos, y en grandes propiedades, todo lo
cual atenta contra la salud ambiental y humana. El segundo realiza prácticas en
armonía con los principios del ecosistema local, crea sistemas productivos
diversificados y resilientes, labora con energía solar, y genera alimentos
sanos en sistemas de pequeña escala. El primero tiende a imponerse, el segundo
se construye con los productores, cuyos saberes se reconocen como esenciales.
Se trata de dos maneras radicalmente diferentes de concebir, manejar y
aprovechar los recursos que ofrece la naturaleza, las expresiones de dos
diferentes civilizaciones.
La
agroecología, como nuevo campo de conocimiento pero también como propuesta
tecnológica y como movimiento social, ha tenido un crecimiento vertiginoso y
una expansión sin par en el mundo. La agricultura orgánica, su principal
oferta, es hoy practicada por más de 1.2 millones y rebasa las 80 millones de
hectáreas. Su máximo desarrollo lo ha alcanzado en Latinoamérica, tanto por el
número de practicantes, publicaciones, cursos, congresos y organizaciones como
por la superficie agropecuaria y forestal convertida a sus principios. Hoy en
la región existe el Maela (Movimiento Agroecológico Latinoamericano) y la Socla
(Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología), cuyo segundo congreso en
Brasil reunió a 4 mil académicos y productores, incluyendo Vía Campesina y el
Movimiento de los Sin Tierra. LEISA, revista de agroecología, alcanza ya los 10
mil suscriptores. Otros importantes avances se han logrado desde las esferas de
los gobiernos progresistas mediante sendos apoyos económicos e institucionales
que han aumentado su área de acción. Es este el caso de Brasil, Cuba Venezuela
y Bolivia.
La conexión
más relevante de la agroecología es, sin embargo, con los movimientos sociales
rurales y urbanos de la región. En Cuba, ante la crisis del petróleo, la
sociedad civil creó alternativas productivas agroecológicas en La Habana y las
principales ciudades y hoy existen 200 mil predios orgánicos. Como complemento,
el gobierno cubano creó fábricas de biofertilizantes y cientos de centros para
el control biológico de plagas. Por su parte la ANAP (Asociación Nacional de
Agricultores Pequeños) había integrado a la agroecología a 110 mil familias en
2009. Hoy en Cuba 60 por ciento de los alimentos provienen del sector orgánico.
En
Centroamérica dos fenómenos llaman la atención: el Movimiento de Campesino a
Campesino, que agrupa a 10 mil promotores y medio millón de familias rurales de
Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, y cientos de comunidades
forestales agrupadas en una organización regional. En el territorio mexicano
existen además unas mil experiencias comunitarias de inspiración ecológica,
principalmente en las regiones indígenas, en torno a la producción de café
orgánico (200 mil productores), la miel y el manejo sustentable de selvas y
bosques. En Brasil, las tres principales organizaciones campesinas de escala
nacional han adoptado la agroecología y existen organismos que vinculan a
decenas de universidades con los movimientos sociales del campo. En los Andes,
la AOPEB (Asociación de Organizaciones de Productores Ecológicos de Bolivia)
está formada por 75 organizaciones y cerca de 70 mil familias, en tanto que la
ANPE (Asociación Nacional de Productores Ecológicos, de Perú) cuenta con 12 mil
miembros de 22 diferentes regiones del país.
Pero quizás
lo más importante es que la agroecología ha comenzado a reconocerse como la
base o fundamento de los nuevos modelos que los gobiernos de izquierda ponen en
juego. El ejemplo más notorio es el de Bolivia, donde la filosofía del buen
vivir, llevada a la Constitución por el poderoso movimiento indígena, se
combina con la decisión del presidente Evo Morales de situar la agricultura
ecológica como uno de los objetivos centrales de su gobierno En otra tesitura
se mueve el ecosocialismo de Venezuela todavía incipiente.
Como toda
utopía realizable, la república amorosa requiere de una reformulación de los
procesos productivos agrícolas, pecuarios, pesqueros y forestales, de una
plataforma material que haga posibles los intangibles sueños, valores, prédicas
morales, visiones y creaciones culturales que se postulan, pues cielo y tierra,
espíritu y materia, abstracción y concreción, no persisten si no están en una
dialéctica permanente. Como hemos mostrado con el caso de la agroecología, la
izquierda mexicana está obligada a mirar las experiencias latinoamericanas,
para aprender de ellas, no repetir errores e incluso ponerse por delante.
Hoy
México para salirse del dominio neoliberal debe tejer vínculos de todo tipo con
las experiencias más avanzadas de la región. Visualizada como un salto de
civilización, la república amorosa será una reformulación radical de la
realidad tangible e intangible de México, o no será.
Por Vìctor Manuel Toledo (Tomado de La
Jornada, 3 de marzo de 2012)
Twitter: @VictorMToledo
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