Soy de la opinión de
que Andrés Manuel López Obrador no debió comprometerse a asistir a la misa que
celebrará el Papa en León, Guanajuato, porque rompe con la congruencia que lo
ha caracterizado. Nada habría ocurrido si no asiste, como ya dijo que lo hará,
pues estaría actuando con apego a los principios del Estado laico que siempre
ha defendido. No se debe pasar por alto que laicismo implica salvaguardar los
principios libertarios del Estado, gracias a los cuales el poder civil no tiene
compromisos con ninguna Iglesia. Sólo así está en posibilidad de garantizar
plena libertad religiosa.
Es explicable que haya aceptado asistir, al suponer que esto puede retribuirle votos de la población católica. Sin embargo, es válido creer también que incluso sin asistir los puede tener, siempre y cuando se le explique claramente a los votantes el imperativo de no mezclar religión y política, como lo hace todo el tiempo la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Es oportuno preguntarse: ¿De qué ha servido al pueblo que el Ejecutivo esté dirigido desde hace doce años por el partido más identificado con dicha Iglesia? ¿Acaso no es verdad que México está en peores condiciones que antes del año 2000, aunque se trate de ocultar esta realidad con miles de millones de pesos gastados en propaganda engañosa?
Conviene puntualizar que no se trata de contraponerse con la elite eclesial, sino de actuar con apego absoluto a los ordenamientos constitucionales, sobre todo porque López Obrador siempre ha sostenido regirse por las enseñanzas y ejemplo de don Benito Juárez. Mostrar debilidad ante la alta jerarquía del clero católico, no le va a retribuir más votos, más bien puede hacerlo perder los del amplio sector de las clases medias pensantes, que lo ven como la mejor opción para sacar al país del atolladero en que lo ha dejado la tecnocracia del PRI y del PAN, las cuales coquetean con el abstencionismo o el absurdo y reaccionario voto nulo.
La justificación que dio el político tabasqueño no es válida, pues Benedicto XVI no viene a México como jefe de Estado, sino como líder religioso. Tan es así que todas sus actividades las llevará a cabo con ese espíritu, con el fin de hacer creer que no tiene interés en apoyar al partido ultraconservador. Desde luego, es el jefe del Estado Vaticano, el cual surgió con plena autonomía en 1929 gracias a los Acuerdos de Letrán que se firmaron en el régimen de Mussolini. Pero su razón de ser está en el liderazgo religioso que ejerce sobre la población católica del mundo.
Se equivocó López Obrador al considerar “que quienes participan en el movimiento (Morena) van a estar de acuerdo con esta decisión”. No se puede coincidir en este punto, porque lo esencial en todo dirigente progresista es actuar con base en los principios ideológicos laicos. Así lo entiende claramente la última descendiente con vida del Benemérito en línea directa, Margarita García Juárez, quien puntualizó que su tatarabuelo siempre fue muy congruente en su vida pública, cosa que ahora se perdió, porque “los gobiernos, los políticos, han traicionado sus ideales, sobre todo los panistas”. Afirmó que éstos “están acabando con el Estado laico por el que tanto luchó don Benito. Vamos para atrás”. Afirmó también: “Los priístas se dicen juaristas, pero la realidad es otra”.
No es válido el señalamiento de López Obrador de que “me arrodillo donde se arrodilla el pueblo, pero nunca me voy a arrodillar frente a las cámaras de televisión porque no soy hipócrita”. El pueblo se arrodilla ante los jerarcas de la Iglesia porque no sabe que sólo se debe postrar ante Dios. Nunca se le ha enseñado esta verdad evangélica, que se demuestra en las palabras de Jesucristo al diablo, cuando éste le dijo que le entregaría todos los reinos del mundo si se postraba ante él. “Entonces Jesús le dijo: vete, Satanás, porque escrito está: Al señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (S. Mateo 4:9 y10).
Es razonable suponer que ante los graves retrocesos ideológicos que ha dado el país, López Obrador se sienta en la necesidad de mostrarse igual de conservador que sus oponentes. Pero no debe pasar por alto que la congruencia es en este momento el principal elemento para ganarse la confianza de un pueblo muy agraviado por los fariseos que detentan el poder. No conviene que se muestre titubeante, temeroso ante los poderes fácticos, pues de ese modo no se diferencia en nada de sus oponentes. El pueblo, las clases mayoritarias, quieren un líder firme, de una sola pieza, que no se arredre ante sus enemigos, que lo son también del pueblo, porque sus hechos así lo han demostrado, sobre todo a partir de que la tecnocracia se apoderó de Los Pinos.
Es vital en este momento recuperar los principios juaristas, única alternativa para salvar al país de un sojuzgamiento largamente anunciado. El pueblo lo que quiere es que las promesas de justicia social sean ya una realidad. Sabe muy bien que no puede seguir sobreviviendo de promesas y esperanzas de una vida mejor en el cielo.
Es explicable que haya aceptado asistir, al suponer que esto puede retribuirle votos de la población católica. Sin embargo, es válido creer también que incluso sin asistir los puede tener, siempre y cuando se le explique claramente a los votantes el imperativo de no mezclar religión y política, como lo hace todo el tiempo la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Es oportuno preguntarse: ¿De qué ha servido al pueblo que el Ejecutivo esté dirigido desde hace doce años por el partido más identificado con dicha Iglesia? ¿Acaso no es verdad que México está en peores condiciones que antes del año 2000, aunque se trate de ocultar esta realidad con miles de millones de pesos gastados en propaganda engañosa?
Conviene puntualizar que no se trata de contraponerse con la elite eclesial, sino de actuar con apego absoluto a los ordenamientos constitucionales, sobre todo porque López Obrador siempre ha sostenido regirse por las enseñanzas y ejemplo de don Benito Juárez. Mostrar debilidad ante la alta jerarquía del clero católico, no le va a retribuir más votos, más bien puede hacerlo perder los del amplio sector de las clases medias pensantes, que lo ven como la mejor opción para sacar al país del atolladero en que lo ha dejado la tecnocracia del PRI y del PAN, las cuales coquetean con el abstencionismo o el absurdo y reaccionario voto nulo.
La justificación que dio el político tabasqueño no es válida, pues Benedicto XVI no viene a México como jefe de Estado, sino como líder religioso. Tan es así que todas sus actividades las llevará a cabo con ese espíritu, con el fin de hacer creer que no tiene interés en apoyar al partido ultraconservador. Desde luego, es el jefe del Estado Vaticano, el cual surgió con plena autonomía en 1929 gracias a los Acuerdos de Letrán que se firmaron en el régimen de Mussolini. Pero su razón de ser está en el liderazgo religioso que ejerce sobre la población católica del mundo.
Se equivocó López Obrador al considerar “que quienes participan en el movimiento (Morena) van a estar de acuerdo con esta decisión”. No se puede coincidir en este punto, porque lo esencial en todo dirigente progresista es actuar con base en los principios ideológicos laicos. Así lo entiende claramente la última descendiente con vida del Benemérito en línea directa, Margarita García Juárez, quien puntualizó que su tatarabuelo siempre fue muy congruente en su vida pública, cosa que ahora se perdió, porque “los gobiernos, los políticos, han traicionado sus ideales, sobre todo los panistas”. Afirmó que éstos “están acabando con el Estado laico por el que tanto luchó don Benito. Vamos para atrás”. Afirmó también: “Los priístas se dicen juaristas, pero la realidad es otra”.
No es válido el señalamiento de López Obrador de que “me arrodillo donde se arrodilla el pueblo, pero nunca me voy a arrodillar frente a las cámaras de televisión porque no soy hipócrita”. El pueblo se arrodilla ante los jerarcas de la Iglesia porque no sabe que sólo se debe postrar ante Dios. Nunca se le ha enseñado esta verdad evangélica, que se demuestra en las palabras de Jesucristo al diablo, cuando éste le dijo que le entregaría todos los reinos del mundo si se postraba ante él. “Entonces Jesús le dijo: vete, Satanás, porque escrito está: Al señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (S. Mateo 4:9 y10).
Es razonable suponer que ante los graves retrocesos ideológicos que ha dado el país, López Obrador se sienta en la necesidad de mostrarse igual de conservador que sus oponentes. Pero no debe pasar por alto que la congruencia es en este momento el principal elemento para ganarse la confianza de un pueblo muy agraviado por los fariseos que detentan el poder. No conviene que se muestre titubeante, temeroso ante los poderes fácticos, pues de ese modo no se diferencia en nada de sus oponentes. El pueblo, las clases mayoritarias, quieren un líder firme, de una sola pieza, que no se arredre ante sus enemigos, que lo son también del pueblo, porque sus hechos así lo han demostrado, sobre todo a partir de que la tecnocracia se apoderó de Los Pinos.
Es vital en este momento recuperar los principios juaristas, única alternativa para salvar al país de un sojuzgamiento largamente anunciado. El pueblo lo que quiere es que las promesas de justicia social sean ya una realidad. Sabe muy bien que no puede seguir sobreviviendo de promesas y esperanzas de una vida mejor en el cielo.
En opinión de
Guillermo Fabela/Revista Emet
Marzo 23 de 2012
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