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Cantidades impresionantes de tinta y una explosión del ingenio nacional –ese ingenio que transforma las tragedias en risa y colma las sobremesas, pero que distrae la atención del fondo de las cosas para llevarla a la anécdota amena, jocosa, hiriente, irónica– provocó la presencia –desafortunada para él– de Enrique Peña Nieto –le pondré licenciado cuando me lo autorice sin rubor la Universidad Panamericana–, en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a la que fue a presentar un libro suyo, que seguramente no escribió.
Su traspiés y luego de ese, otros muchos y variados, nos han revelado la verdadera personalidad del candidato priísta y la de su estirpe, su prepotencia, su desprecio por la prole y su superficialidad. El salario mínimo, el precio de la tortilla, su machismo metrosexual, no son deslices u olvidos intrascendentes sino traiciones del inconsciente.
Se ha dicho en múltiples editoriales y comentarios que a cualquiera se le olvida el nombre de un libro o de un autor, lo que es muy cierto; que es de humanos errar, lo que es también indiscutible, pero estos argumentos defensivos, en este caso, son más una distracción que una justificación sobre el verdadero problema que apareció con luz propia, a la luz pública y que hoy, luego del inteligentísimo discurso en la recepción de su constancia como candidato único del PRI a la Presidencia de la República, que seguramente formará parte de los grandes momentos de la historia de los grandes estadistas, con su “Pero yo no olvido…”, que seguramente sustituirá en los cursos de oratoria el I have a dream de Martin Luther King, convierte el olvido en virtud y las pifias en elemento sublime de publicidad. ¡Qué ingenio! ¡Cómo construir palacios de los errores!
El señor Peña –“puedo olvidar el nombre de un autor…”– no puede olvidar lo que no sabe y ha hecho evidente, no su falta de erudición, que no es necesaria en un político que aspira a ser presidente de la República, sino su ignorancia supina que, desde mi punto de vista debiera ser motivo de descalificación de quien aspira a la primera magistratura de la nación, de una nación multicultural que nos enorgullece, pero que en su caso, siendo gravísima, no es la única tragedia.
Selma Lagerlöf, la Premio Nobel de Literatura de 1909, decía de la cultura que es todo lo que queda, cuando ya se olvidó todo lo que aprendimos, pero como hemos visto en Peña Nieto, cuando nada se ha aprendido, nada queda.
Esto explica, por otra parte, lo que yo consideraba inexplicable: el terco empeño en entronizar en el PRI al ex gobernador Humberto Moreira y apoyarlo hasta el límite elástico; establecer una alianza con la Señora Elba Esther Gordillo –le pondré maestra cuando me lo diga sin rubor el secretario de Educación Pública–, pensionar con senadurías a su progenie y con gubernaturas a sus incondicionales –que al cabo ya lo dijeron en el PRI, las elecciones se ganan con votos y no con libros, bello ejemplo para la juventud– y hacer lo propio con el Niño Verde, de quien me reservo mis comentarios, por coincidir con los del dominio público. En suma, la integración del dream team del Partido Revolucionario Institucional para 2012-2018. ¡Del nuevo PRI!
Pero tan grave o más que su ignorancia es la falta de recursos exhibida por Peña Nieto para salir de atolladeros elementales, primarios, sin complejidad alguna, que demuestra sus nulas capacidades para enfrentar los problemas de una nación como la nuestra, lo que debe considerarse como un enorme peligro para nuestro futuro, lo que debe encender la alerta de los ciudadanos que aspiramos a un México mejor.
Cuando Denise Dresser, relatando en un programa de radio un encuentro público con Peña Nieto –lo acontecido en la FIL, no es excepción–, dice que demostró que improvisando es incapaz de construir una frase con sujeto, verbo y predicado, nos debe obligar a la reflexión, al igual que una reciente y lapidaria sentencia del licenciado Beltrones que señala el peligro de que llegue a la Presidencia de la República un hombre sin ideas, lo que se convierte en severa advertencia o la opinión inteligente de Carlos Fuentes.
En 1980, al inaugurar la primera Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, que tuve el privilegio de fundar como director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, expresé, y lo he repetido una y mil veces, con plena convicción, que no hay profesional de excelencia en una persona sin cultura y que el libro es el vehículo esencial para lograrla.
He expresado durante muchos años, a mis alumnos, a mis hijos, a mis nietos, que en los libros se encuentran todas las enseñanzas. Ahora, luego de este episodio singular, tengo que enmendar, agregaré que también de la ausencia de libros se puede aprender enormemente. También en eso hay enseñanzas. Todo está ahora muy claro en ese espacio de decisión. Ojalá lo entendamos oportunamente. No podremos alegar ignorancia si permitimos que la ignorancia se empodere nuevamente en nuestra ya agobiada nación.
El PRI debe estar haciendo un recuento de daños de lo que ha pasado con su ya candidato único. Los ciudadanos debemos hacer un análisis de daños de lo que puede pasar. Ya sucedió una vez, se eligió a un hombre obviamente ignorante –en ambos casos la ignorancia resulta patente–, que incluso hacía gala de que no leía y estamos pagando aún las consecuencias. La lección debe estar aprendida. Tropezarse con la misma piedra, cometer el mismo pecado, sería literalmente pecado mortal. La autoexcusa de que era un buen candidato y luego fue un pésimo presidente, no vale para la segunda edición.
Lo sucedido desde la feria del libro hasta el memorable discurso del “yo no olvido…”, no ha sido sólo errores cuya corrección sea posible; se trata de horrores que no tienen solución.
¿Quién dice que el recuerdo sabe más que el olvido?
Jaime Torres Bodet
jimenezespriu@prodigy.net.mx
viernes, 23 de diciembre de 2011
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